Noticias-Kikiriki.- Acerca de la abundancia de corazón del venezolano habló José Martí una vez que conoció al país sudamericano. «Dan todo lo que tienen, y piden aún más para dárnoslo», dijo y elogió con vehemencia la alegría y desprendimiento del pueblo de Venezuela. En enero de 1881 conoció Martí a la patria de Bolívar, y 78 años más tarde, otro cubano, igual de universal y preclaro, daría gracias a la nación bolivariana por su contribución a la lucha de Cuba contra la tiranía.
A pocos días del nacimiento de la triunfante Revolución Cubana, el 23 de enero de 1959, Fidel Castro declaró estar en Venezuela por un sentimiento de gratitud en primer lugar, y, en segundo, por un deber elemental de reciprocidad.
Este «pueblo noble y heroico», le llamó y en medio de la apoteósica bienvenida que le prodigaran a su entrada a la ciudad, compartió con sus interlocutores toda la conmoción que le agitaba.
«Si pudiera con alguna frase expresar la emoción que he experimentado en el día de hoy, lo diría todo afirmando que he sentido una emoción mayor al entrar en Caracas que la que experimenté al entrar en La Habana», exclamó.
Martí y Fidel vieron estremecidos sus corazones en Venezuela. Al primero lo embargó la emoción frente a la estatua del inmenso Bolívar, al segundo, el júbilo manifiesto que sentían los venezolanos por la victoria de una causa hermana.
«En los corazones de las gentes, toda clase de noblezas», resaltó Martí sobre el venezolano y luego Fidel recalcaría que el de Venezuela es «un pueblo digno y un pueblo heroico».
Y de la tierra «en la que nació el intrépido centauro, el hombre del dolmán rojo, del corazón ancho, de las miradas centelleantes», como dijera el Héroe Nacional de Cuba sobre Bolívar, vaticinó Fidel que saldrían también los esfuerzos definitivos para el empeño que el Libertador no lograra en vida.
«[…]¡porque basta ya de levantarle estatuas a Simón Bolívar con olvido de sus ideas, lo que hay que hacer es cumplir con las ideas de Bolívar!
«¿Hasta cuándo vamos a permanecer en el letargo? ¿Hasta cuándo vamos a ser piezas indefensas de un continente a quien su libertador lo concibió como algo más digno, más grande? ¿Hasta cuándo los latinoamericanos vamos a estar viviendo en esta atmósfera mezquina y ridícula? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos? ¿Hasta cuándo vamos a ser víctimas de intereses poderosos que se ensañan con cada uno de nuestros pueblos? ¿Cuándo vamos a lanzar la gran consigna de unión? Se lanza la consigna de unidad dentro de las naciones, ¿por qué no se lanza también la consigna de unidad de las naciones?». Así se expresaba el líder de la Revolución Cubana en medio de una multitud que le aplaudía y le aclamaba en la Plaza del Silencio en Caracas. Un discurso histórico por estremecedor y profético.
Como si hubiera visto el porvenir y del futuro regresase, Fidel arengó a los venezolanos a cumplir el papel que les heredara el gigante Bolívar. Siempre acompañado de las enseñanzas de Martí, a quien no dejó de evocar en su discurso, reconocía Fidel la valentía y el arrojo inherentes al pueblo de Venezuela.
«¿Y quiénes deben ser los propugnadores de esa idea? Los venezolanos, porque los venezolanos la lanzaron al continente americano, porque Bolívar es hijo de Venezuela y Bolívar es el padre de la idea de la unión de los pueblos de América.
«Los hijos de Bolívar tienen que ser los primeros seguidores de las ideas de Bolívar. Y que el sentimiento bolivariano está despierto en Venezuela lo demuestra este hecho, esta preocupación por las libertades de Cuba, esta extraordinaria preocupación por Cuba. ¿Qué es eso, sino un sentimiento bolivariano? ¿Qué es eso, si no un preocuparse por la libertad de los demás pueblos?
«Venezuela es la patria de El Libertador, donde se concibió la idea de la unión de los pueblos de América. Luego, Venezuela debe ser el país líder de la unión de los pueblos de América; los cubanos los respaldamos, los cubanos respaldamos a nuestros hermanos de Venezuela».
Cuarenta años más tarde, en noviembre de 1999, nacería Venezuela como República Bolivariana e impulsaría el gesto de amor más grande que vieran los latinoamericanos hacia ellos: la derrota del ALCA, y los nacimientos del ALBA-TCP y la CELAC.