Eduardo Blanco retrató en sus letras el amor y la lealtad del Negro Primero
Noticias-Kikiriki.- El momento en que Pedro Camejo, el Negro Primero, se aleja herido de las tropas libertadoras comandadas por el general José Antonio Páez, líder al que guardaba profunda lealtad y de quien quiso despedirse ante la inminente llegada de la muerte, fue retratada por la pluma de Eduardo Blanco, insigne escritor venezolano, en su obra Venezuela Heroica.
Camejo empuñó la cuchilla con la que tantas veces se había alzado en contra del ejército español, persiguiendo el sueño de libertad que se hizo común entre los luchadores de independencia de la patria. Ese día, 24 de junio, en el campo de Carabobo, Camejo una vez más hizo honor de su pseudónimo y se había abalanzado de primero, sin saber que ese día, con su muerte, pasaría a las páginas de los libros de historia y la memoria del pueblo venezolano.
Eduardo Blanco, quien nació en Caracas el 25 de diciembre de 1838 producto de la unión de José Ramón Blanco y Toro y María Eugenia Acevedo, y que murió el 30 de junio de 1912, hizo de su prosa un instrumento para retratar la muerte del Negro Primero, héroe de la patria que a 194 años de su partida física fue reconocido por el Estado venezolano con el traslado de sus restos mortales simbólicos al Panteón Nacional.
«De pronto, en medio de la inquietante expectativa que sufren los dos bandos, la llama voladora se detiene; y Páez, lleno de asombro, ve salir de la nube de polvo que oculta los efectos de aquel violento choque, a un jinete bañado en propia sangre, en que al punto reconoce al negro más pujante de los llaneros de su guarida: aquel, a quien todo el ejército distingue con el honroso apodo del ‘primero», cuenta el escritor en «Vengo a decirle adiós porque estoy muerto«.
Más adelante, Blanco describe la entereza y bravura con la que Páez se dirige al más fiel de sus soldados, aún sin percatarse de que está herido, y le exige que regrese a la batalla, que se haga matar, que deje en el campo su honor en amor a la patria.
«Al oír aquella voz que resuena irritada, caballo y jinete se detienen: el primero, que ya no puede dar un paso más, dobla las piernas como para batirse; el segundo abre los ojos que resplandecen como ascuas y se yergue en la silla; luego arroja por tierra la poderosa lanza, rompe con ambas manos el sangriento dormán, y poniendo al descubierto el desnudo pecho donde sangran copiosamente dos profundas heridas, exclama balbuciente: Mi general… Vengo a decirle adiós… porque estoy muerto. Y caballo y jinete ruedan sin vida sobre el revuelto polvo, al tiempo que la nube se rasga y deja ver a nuestros llanero vencedores, lanceando por la espalda a los escuadrones españoles que huyen despavoridos», apunta el escritor.
Es en ese momento cuando Páez, ardiendo de dolor y de rabia, da paso a una estrategia similar al Vuelvan caras, empleada en 1819 en la batalla de las Queseras del medio, y arremete con toda su furia contra las tropas españolas, que no logran sobreponerse ante Páez y quedan en el terreno.
Años más tarde, en 1890, bajo una técnica impecable, el artista plástico venezolano Arturo Michelena plasmó ese momento de la batalla en el óleoVuelvan caras.