Que la muerte no contamine, urnas biodegradables

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Noticias- Kikiriki.- La última novedad en el negocio funerario son las urnas biodegradables, amistosas con el ambiente, que se pueden convertir en arrecifes, hacer germinar árboles o simplemente dispersarse en el mar o en algún predio sin dañar el entorno ecológico.

Ahora que el Vaticano ha emitido una nueva ordenanza para no dejar las urnas con las cenizas de los difuntos en casa o arrojarlas en algún lugar no consagrado, las empresas dedicadas al «eterno descanso» decidieron en México echar a volar la imaginación para obtener algún dividendo de esto.

Pero lo que principalmente los anima a estos empresarios, además de obtener buenos dividendos, es evitar que sea dañado el ambiente mediante la fabricación de «urnas biodegradables».

Es el caso de la firma Urna Bios, cuyo cofundador Roger Moliné, vende una urna dividida en dos, en cuya parte superior se germina la semilla de un árbol elegido por los familiares cuyas raíces irán creciendo hasta tener contacto con las cenizas ubicadas en la parte inferior.

Las urnas son elaboradas con papel y cartón reciclados que no contienen ningún tipo de químicos o aditivos, explica el empresarios, según el sitio reforma.com.

Estos estuches son altamente demandados sobre todo en la Ciudad de México y una semilla más requerida es la jacaranda, dijo Carla Hieber, fundadora de Bioliv, que espera cerrar este año con la venta de 4.000 piezas y planea vender el doble en 2017.

La compañía Inmemorial, por su parte, ofrece dos alternativas: una de ellas es la dispersión de las cenizas en el mar -desaconsejada por la Santa Sede- para lo cual se colocan en una urna biodegradable hecha de fécula de maíz, celulosa, grenetina o sal, que permite evitar perjuicios en el ecosistema oceánico.

Cada urna se vende en 7.000 pesos mexicanos (unos 380 dólares) pero si se incluye la ceremonia y el transporte de la costa al punto elegido para arrojar las cenizas el precio podría aumentar hasta cinco veces.

La otra alternativa es generar un arrecife, guardando las cenizas en una perla elaborada de cemento, de unos 30 centímetros de diámetro, que es puesta a flotar durante algunos minutos y luego se hunde.

La perla es en ese momento es atrapada por un buzo para introducirla en una estructura de concreto donde se incrustarán conchuelas, algas y otros organismos para formar el arrecife.

También está la llamada «Sal de vida», una urna elaborada de manera individual por artesanos capacitados, hecha de bloques sólidos de Sal de Roca de los Himalayas. «Los depósitos de sal del en esa región tienen una antigüedad mayor a 250 millones de años y se considera la sal más pura que existe en el planeta. La urna se disolverá por completo en un máximo de 4 horas en el agua», señala la publicidad de la compañía. En vista de que es hecha a mano y de las características naturales de la sal, cada urna es única, tanto en su color como en el acabado y está equipada con una bolsa biodegradable para depositar las cenizas.

Eduardo Patiño, director de Inmemoriam, señala que los terrenos de «los panteones están contaminados por la oxidación de los metales de los ataúdes» y los químicos que se usan para embalsamar los cuerpos.

Patiño se pregunta «por qué si el cuerpo es 100% biodegradable se le entierra con tanta cosa que no es».

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