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Historia de Kikiriki

Kikiriki Una publicación que ya alcanzó la tercera edad:  63 años

Arturo Linero se caracterizó por usar un sombrero, un bastón, un maletín, una corbata de lacitos y una barba al estilo de Lenin. La foto fue tomada en San Juan de los Morros en 1958 a los inicios de KIKIRIKI, de forma impresa. Linero recorrió 8 países, con su mensaje bolivariano y regresó a Venezuela a finales de 1946, para continuar sus trabajos periodísticos, los que haría incluso en la clandestinidad con su panfleto de 4 páginas, multigrafiado, llamado El KIKIRIKI, el cual se repartía en La Michelena, Valencia en 1950.

Guillermo Linero Castro

Analizando el libro de Lázaro Solórzano: Crónicas Micheleneras, del Sistema Nacional de Imprentas Regionales, Editorial El Perro y la Rana, nos encontramos con un capítulo titulado “ Chivita”. El autor, Solórzano, describe una parte de su niñez, cuando tenía algo así como 12 años y vivía en la Urb. La Michelena de Valencia Carabobo.

Lo anecdótico de este libro es que registra algo que la palabra y el viento se habían llevado entre viajes y mudanzas. Escribe y así quedará para nuestro registro que Arturo Linero (Chivita para Lázaro), estaba conspirando contra el dictador Marcos Pérez Jiménez, por allá en el año de 1950.
Usaba Linero su arma, la pluma, heredada de su padre Manuel Linero, guerrillero antigomecista.
En su crónica, Lázaro dice que el hijo mayor de Linero, contaba con 9 años y repartía un panfleto subversivo de 4 hojas llamado El Kikiriki.

Cuando analizamos los hechos históricos, e interrogamos a la viuda de Linero, Sra. Providencia Castro de Linero, ésta afirma que hasta la coma de lo descrito por Lázaro Solórzano es cierto como si lo hubiera filmado. Añade, la viuda de Linero que la calle y el número de la casa son donde ella vivió con Arturo Linero en 1950, junto con sus tres hijos varones y una hembrita y Lázaro era de los chicos echadores de lavativa que le gustaba llamar al poeta de esa manera impertinente: “Chivita”.

Se dice en la crónica que: “La gente vieja del vecindario advertía que no guardara el “periodiquito” leerlo escondido y botarlo inmediatamente, -No vaya alguien a informar que esos papeles se están repartiendo aquí y nos echamos yodo”-. Cuando Solórzano estudiaba en el Pedagógico de Caracas fue un día a la UCV y se encontró a Linero en una exposición de caricaturas donde el fundador de Kikiriki le dijo: “Estas caricaturas tienen más de diez años, las hice en un momento de gran presión en mi vida. Presión política, familiar, económica y bueno …creo que reflejan mi estado de ánimo y el perfil del país en esos momentos”.

Cabe decir que Arturo Linero estuvo conspirando contra la dictadura usando sus herramientas como la caricatura, la poesía, los escritos periodísticos y panfleticos clandestinos. A los 30 días de caída la dictadura de Pérez Jiménez pudo Linero sacar formalmente a Kikiriki. Es importante señalar que el canto onomatopéyico de un gallo es registrado por los diccionarios y por la RAE como quiquiriquí, y fue Arturo Linero a quien se le ocurrió, en 1950, sacar un periodiquito de 4 hojas llamado Kikiriki con K. Así que los copiones y los judíos sionistas que usan sin autorización alguna el nombre de Kikiriki deberían respetar la creatividad del poeta revolucionario fundador de este rotatativo. Podríamos decir y así lo decretamos con este documento impreso por Lázaro Solórzano, que el próximo 23 de febrero de 2013, estará este periódico llegando a 55 + 8 = 63 años de salir a la luz pública.

A continuación un extracto del libro Crónicas Micheleneras, Págs 73 A 76: Chivita A la calle 93, letra J 15, llegó con su familia un periodista de baja estatura, temprana calvicie, blanco y con una barba corta negra. El grupo familiar estaba formado por este personaje, su mujer -joven y agradable- más tres varones y una hembra; todos menores, entre dos y nueve años. Por la permanencia de esa barba corta y negra los muchachos vecinos le apodaron “Chivita”. Lo más intrigante, en principio, era que varias noches veíamos salir al mayor de los niños llamado Arturo o “Arturito”, como le decíamos por la cuadra, con un paquete de papeles impresos que, en forma clandestina y gratuita, él iba repartiendo en las recién construida urbanización popular. Una vez logramos obtener uno de los ejemplares que “Arturito” repartía en la comunidad; pero que nunca fueron distribuidos en la vecindad. Se trataba de cuatro páginas con  caricaturas, cuentos, novedades, y opiniones en contra del gobierno provisional de Marcos Pérez Jiménez. El “periodiquito” tenía un nombre muy original: “El Kikiriki”. La gente vieja del vecindario advertía que no guardaran el “periodiquito;” leerlo escondido y botarlo inmediatamente, -No vaya alguien a informar que esos papeles se están repartiendo aquí, y nos echamos yodo-.
Los hijos del periodista no jugaban con los muchachos vecinos. Permanecían encerrados en su casa, jugando entre ellos. Los padres le prohibían cualquier tipo de contacto con el exterior. De la misma manera, la señora, no visitaba a os vecinos, ni recibía visitas.

Un día amaneció el muro de la casa con un alambre de púas a todo lo largo. Chivita quería con esta acción evitar que cualquier persona se sentara en el muro o se parara a descansar en ese lugar. Quienes, no obstante ese recurso, desafiaban a chivita parándose a conversar frente al muro alambrado, corrían
el riesgo de recibir una pedrada que el excéntrico chivita les lanzaba con una honda o “china,” desde el cuarto que estaba frente al jardín.

Un día del mes de abril murió una señora muy anciana, de la familia Guarenas, que vivió al frente de la casa del excéntrico Chivita. Como suele ocurrir en estos actos mortuorios, la casa de la occisa se llenó con la presencia de los nuevos vecinos. Mujeres y muchachos en su mayoría ocupaban el corredor de entrada donde estaba el féretro de la doña fallecida. De pronto, al frente de la casa y ante la sorpresa de todos los presentes, se apareció un hombre  pequeño, vestido con un traje completo color marrón, corbata de seda beige, zapatos lustrosos vinotinto y un sombrero de ala corta marrón claro; en una mano traía el bastón grueso de madera y en la otra un abultado y viejo maletín color mostaza. Había cruzado la corta distancia entre su casa y el de la familia Guarenas. No dio las buenas noches, se dirigió con la mano extendida directamente al señor José, suegro de la finada, y le dijo con voz fuerte y clara: -Reciba usted mis condolencias- –Gracias, señor-, alcanzó a balbucear José quien no salía de su asombro. De la misma manea permanecieron los visitantes al velorio. Les extrañaba la presencia de un personaje al que solamente se le veía salir muy temprano por las mañanas y regresar cuando la tarde caía, de caminar rápido y seguro, sin saludar a ningún vecino, con la mirada al frente. Tenerlo cerca, a pocos metros, era una novedad. Todas las miradas, de niños y adultos, estaban fijadas en Chivita quien, después del saludo único dado al jefe de la casa y ante el silencio absoluto de aquel momento, le dio una vuelta completa a la negra urna y se paró frente al rostro de la señora muerta y terminó con una inclinación breve de su cabeza. Se volteó y  dirigiéndose nuevamente al señor José le dijo: -Buenas noches- Y se marchó a su casa, al frente. La visita al velorio duró apenas unos minutos.

Una mañana decembrina un camión de mudanzas se paró frente a la casa del periodista y su familia. Hombres enérgicos montaron en el camión varias cajas embaladas con los bienes de la familia de Chivita y se fueron, sin despedida. Pasaron, sin prisa, unos quince años. En una cartelera colocada cerca de la biblioteca principal de la Universidad Central de Venezuela un afiche de mediano tamaño decía: “Martes 14 y miércoles 15 de mayo de 1966, Exposición colectiva de grandes caricaturistas venezolanos.

Entre los expositores estaba una fotografía grande de nuestro vecino periodista, destacado caricaturista.” Nos imaginamos que todas aquellas caricaturas de los periodiquitos otrora clandestinos serían exhibidas, por primera vez, al público de Venezuela.

Asistimos puntuales a la cita. Nos concentramos en las caricaturas de nuestro personaje. Queríamos conocer las caricaturas que nunca logramos ver en su justo momento. Cuando con gran curiosidad repasábamos las caricaturas, se nos acercó el pintoresco personaje. Saludó y agradeció la inclinación hacia sus dibujos. Comenzó diciendo: -Estas caricaturas tienen más de diez años; las hice en un momento de gran presión en mi vida. Presión política, familiar, económica… y bueno, Creo que reflejan mi estado de ánimo y el perfil del país en esos momentos…

Se retiró. Vestía al mismo estilo de siempre. No logró reconocernos. Éramos muy niños cuando él era vecino. Chivita es nuestro inolvidable vecino.

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