Tenemos la convicción de que las batallas por la independencia y la soberanía son remembranzas remotas. Pero en el año bicentenario de la más emblemática de todas ellas, la Batalla de Carabobo, no podemos perder de vista las fechas épicas de la contemporaneidad. Y entre esas hay que incluir el 23 de febrero, cuando una balanceada amalgama de pueblo civil y militar fue la clave para derrotar una oscura maniobra de la antipatria destinada a invadir el territorio nacional con el pretexto de la ayuda humanitaria.
La Batalla de los Puentes, como se le conoce desde que ocurrió, en 2019, fue una victoria del comandante Hugo Chávez, cristalizada casi seis años después de su partida física, porque se impuso la unión cívico-militar, la organización popular y la información alternativa, tres de los objetivos que el líder bolivariano siempre se planteó.
Como la memoria es frágil (especialmente cuando el imperio y sus aliados salen con las tablas en la cabeza), reconstruyamos el momento. Ese día, a un mes exacto de la autoproclamación de Juan Guaidó como supuesto presidente encargado de Venezuela, una alianza encabezada por Estados Unidos, tenía previsto ingresar forzosamente al país con el subterfugio de entregar unos camiones con ayuda humanitaria. Previamente se había montado en Cúcuta la tramoya de un concierto para recaudar fondos.
La camarilla opositora estaba segura de que lograrían hacerlo. Una vez dentro del país, con el apoyo de fuerzas extranjeras irregulares (mercenarios, paramilitares), podrían generar los hechos de bandera falsa necesarios para legitimar una operación a gran escala de una “coalición internacional” y detonar la traición en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
La presencia del pueblo civil fue importante porque desmontó el relato que la maquinaria mediática global, desplegada allí en toda su magnitud, quería imponer: el de de los militares solos, reprimiendo a un pueblo desarmado.
Esta trama arranca cuando dos tanquetas de la Guardia Nacional avanzan repentinamente hacia el lado colombiano. Querían hacer ver que los militares venezolanos atacaban a Colombia. Ese evento detonaría el enfrentamiento. Pero rápidamente quedó claro que se trataba de desertores que se habían prestado para ese número. Allá fueron recibidos como héroes por dirigentes de la ultraderecha venezolana como José Manuel Olivares y Vilca Fernández. De inmediato se presentaron a subordinarse ante Guaidó, quien había llegado a Colombia custodiado por su “guardia de honor”, el grupo narcoparamilitar los Rastrojos.
Como la provocación de las tanquetas no dio los resultados esperados, los mandos del intento de invasión decidieron forzar la barra y vino el segundo gran falso positivo de la jornada. La quema de las gandolas sobre el puente, para culpar al gobierno venezolano. Fue allí donde se desató la respuesta cívico-militar en la que participaron jóvenes, mujeres, personas de la tercera edad, milicianos y tropas militares.
El arma mediática
Como ocurre en toda acción de guerra híbrida, en la Batalla de los puentes jugó un papel fundamental el arma mediática.
En sus reseñas en vivo, medios como CNN juzgaron y sentenciaron sumariamente al gobierno venezolano. También los grandes diarios de Venezuela, América y Europa. Como ejemplo, El País de España dedicó varias páginas a sostener la versión de que los militares venezolanos fueron los agresores. En su editorial, el periódico espetó: “El régimen ha dejado al descubierto su cara más miserable al quemar algunos camiones cargados de medicinas y alimentos”.
Varias semanas después, The New York Times publicó un reportaje en el que se evidenció que la quema fue producto de las molotovs lanzadas por los opositores desde el lado colombiano. Es decir, dijo lo que ya habían dicho los medios públicos venezolanos, Telesur, y varios portales independientes. Meses después, a instancias de un lector indignado, El País rectificó también, aunque nunca se disculpó por haberse adelantado a sentenciar “al régimen” en su editorial