La reciente muerte de dos jóvenes que trabajaban en condiciones infrahumanas en un incendio en nuestro país obligó a mirar esta semana a ese régimen que –no por antiguo ni despreciable– ha dejado de existir en el mundo: la esclavitud.
La condición tradicional de esclavo –en la que el afectado era considerado propiedad legal de otras personas– fue abolida en el Perú en 1854. Por increíble que parezca, tuvo que pasar más de un siglo para que Mauritania se convirtiera en el último país del planeta en suprimir la esclavitud.
Recién en 1981 este Estado del norte de África tomó nota de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU de 1948, que prohibió expresamente ese régimen.
Pero en pleno siglo XXI, la llamada esclavitud moderna –ligada a actividades ilegales que reprimen la libertad del individuo y fomentan su explotación con fines económicos– continúa rampante, y Mauritania es una de las naciones que menos ha hecho contra esa plaga, según la fundación australiana Walk Free, que anualmente elabora índices globales de esclavitud (ver lista adjunta).
Si bien Mauritania ya no es el país con el mayor porcentaje de esclavos en el planeta –ese deshonroso lugar lo ocupa hoy Corea del Norte–, sigue siendo uno de los territorios más fértiles para el desarrollo de esta lacra.
Desde el 2007, cuando el Gobierno Mauritano promulgó una ley que penalizaba por primera vez las prácticas esclavistas, apenas un solo caso de esclavitud ha sido llevado a los tribunales y la condena de tres años al culpable no se cumplió, pues este recuperó su libertad a los seis meses.
En enero del 2015, el activista Biram Abeid Dah fue sentenciado a dos años de prisión por organizar una caravana antiesclavista que pretendía denunciar la explotación abusiva contra la etnia haratin (negros árabes).
Ese mismo año el presidente Mohamed Uld Abdelaziz negó lo evidente: “La esclavitud ya no existe en este país. Solo quedan las secuelas de este fenómeno, que hacemos todo lo posible por abordar”.
No obstante, la ONG australiana Walk Free y otras organizaciones han alertado que se han incrementado los casos de esclavitud hereditaria.
Los esclavos mauritanos del siglo XXI son pastores y campesinos, en las regiones rurales, y sirvientes domésticos, en las zonas urbanas, según el fundador de la ONG SOS Esclavos, BoubacarMassoud, él mismo nacido en familia de siervos.
“Se es esclavo desde el nacimiento. Es una cuestión profundamente arraigada. Así los educan, se les hace creer que su paraíso está bajo el talón de su amo”, apunta Massoud.
Para los abolicionistas como Biram, hasta un 40% de la población (los haratines) es de algún modo víctima de la esclavitud, así solo sea por su estigmatización social.
A contramano de lo que se dice desde la presidencia, el director de la Comisión Gubernamental de DD.HH., Shaik Tourab, ha reconocido hace unos meses la gravedad del problema: “Todavía hay muchas personas que se creen esclavos y muchas que se creen amos. Urge reformar no solo el marco institucional, sino profundizar una campaña general de sensibilización entre la población para que desaparezca este fenómeno”.